Max Didier en la Salathe Wall

Categoría: Escalada, Noticias

Un viaje vertical e intrincado fue el que vivieron 3 escaladores chilenos que se montaron en el Capitán para escalar la Salathe Wall. Max Didier, escalador chileno de grandes paredes desde hace 5 años y el protagonista del proyecto, se propuso liberar los 35 largos de la vía en un push de 7 días. Max se enfrentó a un proyecto que le exigió su máximo potencial y que puso a prueba sus capacidades físicas y psicológicas. 

Por Consuelo Morán

Max Didier en El Capitán, Yosemite. Foto por Nicolás Gantz.

Max Didier tiene 28 años y es oriundo de la ciudad de Puerto Montt. Apasionado por los deportes y la adrenalina desde la cuna, practicó mountain bike, triatlón, remo y navegación en kayak. En 2015, atraído por las imponentes montañas y las rocas de su región, empezó a escalar. Junto al experimentado escalador y alpinista Michael Sánchez, visitó Cochamó y escaló su primera gran pared; la primera de muchas más. “Sentí que conocí lo que no iba a poder dejar por el resto de mi vida”, dice Max. Las Torres del Paine y el macizo del Fitz Roy, proyectos clásicos y complejos, se sumaron a la lista desde sus inicios.

Como escalador, Max hizo ruido rápidamente y la vida vertical que emprendió hace sólo 5 años ha sido intensa. El entrenamiento de diferentes deportes y el haber sido piloto de la Fuerza Aérea le han entregado una disciplina que ahora aplica en la escalada. Nico Gantz, fotógrafo y escalador junto a quien emprendió su último proyecto en la Salathe Wall, recalca el potencial físico, el orden y motivación de Max como los detonantes de su explosiva carrera. “De pronto salió como de abajo de una piedra y estaba escalando todo”, comenta Gantz.

Montarse en las fisuras del Valle de Yosemite cada temporada se volvió una tradición. 2017 no fue la excepción y Didier estaba escalando la emblemática ruta Freerider (la del Óscar, aquella que Alex Honnold hizo en solo integral).

Cuando el deportista chileno miró hacia arriba vio la línea que le sigue, la ruta original: Salathe Wall, otra mítica de Él Capitán y la segunda abierta en el macizo de granito después de The Nose. Sus fisuras, techos y estética llamaron la atención de Didier: significaba un paso más allá en su carrera como escalador.

Max cuenta que ha sido muy obsesivo con el deporte y agrega que: “Siempre he querido avanzar en los grados y la dificultad, hacer cosas más ambiciosas”. La Salathe Wall era un reflejo de esa obsesión. Fue así como surgió el proyecto y sus meses de entrenamiento previo fueron, como siempre: ordenados, religiosos y exigentes. El plan era escalar los 35 largos de la Salathe Wall en 7 días, junto a el escalador chileno Diego Díaz y al fotógrafo Nico Gantz. Todo estaba listo para adentrarse en el Valle y salir con un nuevo y exigente proyecto en el bolsillo.

Los días previos al pegue, el destino jugó en contra de la logística del escalador. Además de un robo del costoso equipo de trad en el estacionamiento de un supermercado, Diego Díaz tuvo que regresar de manera urgente a Chile. En el Campo 4, comenzaron a barajar soluciones para levantar el proyecto que se tambaleaba. Fue entonces cuando cayó del cielo en un rincón polvoriento del Valle, un escalador chileno de 19 años: Agustín de la Cerda. Esa noche después de subir los petates con su ayuda, acordaron que él sería quien acompañaría a Max y a Nico.  

Los primeros largos de Salathe Wall son los mismos que Freerider, pero luego toma una variante en su último tercio donde se vuelve más dura, con dos fisuras 13a y un 13b que ponen a prueba la resistencia de cualquier escalador. Max ya conocía la primera parte y, a diferencia de lo que muchos escaladores hacen, no quiso probar la última y desconocida sección desde arriba. Utilizando las cuerdas fijas del YOSAR, izaron el agua, comida y equipo necesario para los 7 días que Max creía que se tardaría en liberar la Salathe Wall.

Todo estaba listo cuando sonó el despertador a las 4 am en el Campo 4. La meta del día era llegar hasta “The Alcove” en el largo 20, pero el plan volvió a derrumbarse. Ya montados en El Capitán y mientras izaban, los petates se golpearon por error contra la pared: la cordada perdió 20 litros de agua sin los cuales no podían seguir. La mañana siguiente entre chistes y risas rapelaron de vuelta al suelo de Yosemite. En el Valle se abastecieron y Max estableció un nuevo sistema de izado. Los días posteriores, volvieron a subir los petates y descansaron para el pegue definitivo. Como en un dèja vú, el despertador volvió a sonar en el Campo 4.

Día 1: El push definitivo

A las 5 de la mañana, Max y Agustín comenzaron a escalar Freeblast, los primeros 10 largos de grado 5.11, que Max ya había encadenado en 2016 y conocía bien. En el Heart Ledge (largo 12) se encontraron con Nico a las 10 de la mañana.

A las 2 de la tarde, ya estaban los 3 en The Alcove junto a los petates que habían dejado días antes. Max liberó los primeros 20 largos de la ruta. Como estaban livianos y llegaron temprano, Max escaló Cap Spire (21). La primera jornada terminó a la perfección: quedaban 14 largos y 6 días.

Día 2: el Boulder problem

Despertaron a las 4:30 am. El gran desafío del día era escalar el Boulder Problem, uno de los crux. Max, que ya la había encadenado antes, quería liberarlo con sombra. Al segundo pegue, el escalador lo logró. Un par de largos después ya estaban en The Block, sobre el largo 24.

A diferencia del primer día, esta vez también tuvieron que jumarear los petates, lo que significó un gasto de energía mayor para todos. A pesar de los 80 kilos de más, todo salió como lo habían planificado y la cordada descansó desde temprano en el monstruo de granito.

Día 3: Enduro Corner, se acaba la sección conocida

A las 5 am, la fría mañana se hizo sentir en los dedos de Didier y su cordada cuando comenzaron a escalar. El plan era llegar hasta el Long Ledge, una terraza con 1 metro de profundidad y 8 de largo; si te sientas y apoyas en la pared tus pies cuelgan a 800 metros del extenso Valle de Yosemite.

Después de escalar Souis le Toit, llegaron hasta donde comienza la Enduro Corner, una grieta vertical entre dos paredes que pone a prueba la resistencia de quienes se montan. Salió al primer pegue. “Estábamos muy contentos, porque con eso ahorramos mucho tiempo y energía”, cuenta Max.

Llegaron hacia donde se dividen Freerider y Salathe Wall: ahora todo era nuevo para Max. Era el momento de enfrentar el primer 13a: una fisura de 13 metros cuyo crux es un diedro redondo que dificulta los empotres. Ese día Max solo probó los vuelos y algunas secciones de la ruta, para luego descansar bajo la luz de la luna creciente.

A diferencia de los otros días, la mañana del cuarto no hubo despertador: era el día de descanso. Max ya había liberado todo hasta el largo 26, pero aún quedaba la parte más difícil de toda la Salathe: dos 13a y un 13b. Después de eso, todo era relativamente sencillo hasta la cumbre.

Todo el cuarto día lo pasaron en la terraza Long Ledge contando historias, escuchando música, comiendo y descansando.

Día 5: el primer 13a

Antes del amanecer se despertaron y luego de desayunar, rapelaron hacia el primer 13a. Fueron 7 pegues al técnico diedro redondo que Max estaba muy cerca de encadenar. Pero no salió: el escalador ya sentía el agotamiento de su cuerpo y no se estaba recuperando bien. Frustrado, Max volvió a descansar con la secuencia ya aprendida de memoria en su cabeza. “Estaba un poco frustrado por no haber avanzado nada el quinto día, pero al menos tenía la secuencia clarísima”, dice el escalador.

Día 6: 1/3 listos

En la sexta jornada pudieron celebrar. Al tercer pegue, Max encadenó el primer 13a con el que comenzaba la sección más difícil de la Salathe. “Estaba muy feliz, pensé que los próximos largos me iban a salir el mismo día”.

El segundo 13a era una fisura de 40 metros de resistencia, con un techo corto y al final el crux, un desplome de dedos con un movimiento invertido. Max la probó en un pegue que duró 45 minutos. Era un largo muy duro que consumía mucha energía del escalador, después de 6 días de intensa escalada, pocos nutrientes, poca agua y mal dormir.

Regresaron a la terraza con una mezcla de sensaciones: “había salido el primer largo y casi sale el segundo, pero se sentían los días en la pared y necesitaba recuperar mis manos”, recuerda Max. La noche del día 6, Gantz bajó al Valle en busca de municiones para poder quedarse más días en la pared. La tarde siguiente, mientras Max y Agustín descansaban en las alturas, el fotógrafo del equipo volvió a subir con comida para 3 días más. Abastecidos, decidieron que la mañana y parte de la tarde del día 8 estarían destinadas a descansar.

Día 8 en la tarde:

Desde Chile comenzaron a llegar noticias: eran los primeros días del estallido social que comenzó en octubre. La motivación estaba más baja, los dedos rotos y los músculos agotados. Y el desafío que seguía no era menor: un largo extenso y de mucha resistencia. En la tarde Max fue a probar nuevamente el segundo 13a pero, otra vez, no logró encadenarlo. La fisura ganó la batalla.

Ese fue el último intento antes de que el escalador decidiera no seguir intentando. “Es la primera vez que lo veía bajoneado, no disfrutando el proceso”, cuenta Gantz sobre su amigo y cordada, quien nunca había fracasado en un proyecto de escalada. Fueron más de 6 días en la pared: “mis tendones y mi musculatura estaban tan resentidos que no podía rendir mi máximo, y a mi la ruta me pedía el máximo”, reflexiona Max sobre su último proyecto del cual tuvo que descender sin haber encadenado.

De vuelta en el Valle después de 9 días en la pared, éste continuó entregando más experiencia y aprendizaje a Max. Uno de los reyes de las paredes de Yosemite en ese entonces era Brad Gobright, quien invitó al chileno a ser su cordada por un día. Gobright falleció un mes después en un accidente de rápel, paralizando a la comunidad escaladora. Didier reflexiona que: “Hay un manejo de riesgo en la escalada que es sumamente personal. Brad era de esas personas que se comprometía con la escalada y que entendía que es un deporte de riesgo y no un deporte de seguridad”.

Muchos pueden considerar que 5 años es poco tiempo de carrera como escalador. A pesar de eso, Max Didier ha logrado posicionarse en lo alto dentro de la escena nacional. Por primera vez no se bajó victorioso de un proyecto, pero para el ex piloto de la FACH estas horas de vuelo sumadas le entregaron algo más. “La escalada es un deporte de experiencia y ésta no se puede acelerar. Por mucho nivel físico que uno pueda adquirir entrenando hay cosas que son mentales, la escalada es un deporte sumamente psicológico”, dice Max y agrega que la Salathe Wall “me entregó de aprendizaje la humildad y la tolerancia conmigo y con el deporte”. 

Si la temporada ya se acabó por ahora en Yosemite, 10 mil kilómetros al sur recién comienza en Cochamó. Didier ya se adentró en el Valle que le enseñó la escalada por primera vez y que ahora le entregará más experiencia en las grandes paredes de granito.


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