Una aventura para repetir: Andrea Cáceres y Óscar Marín en el valle del Turbio IV

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El perdido valle del Turbio IV, en la Patagonia Norte de Argentina, está rodeado de paredes de granito de más de mil metros a disposición para escalar por sus fisuras. ¿El crux? Los vadeos de ríos, la tupida selva valdiviana y la compleja logística para llegar hasta los pies de estos gigantes. En busca de una auténtica aventura, Andrea Cáceres y Oscar Marín se internaron valle adentro junto a un grupo de 6 escaladores extranjeros, a explorar en este paraíso de la escalada de grandes paredes.

Por Consuelo Morán

El río Turbio desemboca al sur del Lago Puelo, y se alimenta de otra red de ríos: el Turbio I, II, III y IV. El valle del cuarto de ellos es un paraíso escondido rodeado de paredes de granito, en un escenario natural muy similar al del valle de Cochamó pero en la Patagonia Norte de Argentina. Junto a un grupo de escaladores de diferentes nacionalidades (Estados Unidos, Argentina, Brasil y Reino Unido), Andrea Cáceres y Óscar Marín se aventuraron en una expedición de casi un mes en enero de 2023, en este destino muy pocas veces explorado.

Entrar y salir de este valle fue la parte más difícil de toda la expedición. La aproximación comprendió 38 kilómetros de mucha jardinería entre bosques de quilas, vadeos de ríos caudalosos, trabajo de alturas en las antiguas tirolesas, y todo tipo de medios de transporte: lancha en el río Puelo, un tractor para subir el primer tramo, bueyes para cruzar el equipo, caballos para avanzar valle adentro hasta el primer refugio (Don Ropo), y kilómetros de caminata y porteos entre la tupida selva valdiviana.

Óscar y Andrea han abierto rutas de mono y multilargo en Torres del Brujo, Quimsa Curz, Torrecillas, el Alfalfal, Cochamó y otros tantos paraísos verticales de la cordillera de los Andes. “Nuestra visión siempre es hacer rutas que sean repetibles y disfrutables para más personas, y no sólo una aventura nuestra”, explica Óscar sobre la forma de abrir que comparte junto a su compañera y cordada, la escaladora Andrea Cáceres del equipo Lippi. A pesar que no tenían un itinerario definido, entraron al valle del Turbio IV con el objetivo de abrir una nueva vía en la pared de la Oreja, siguiendo como siempre sus principios.

La pared de la Oreja fue nombrada en 1999 por un grupo de escaladores argentinos pioneros que comenzaron a abrir la primera ruta, sin lograr llegar hasta la cumbre. Volvieron en 2001 y avanzaron un par de largos más, pero un peligroso vuelo con taladro colgando los invitó a volver a casa, sin terminar el proyecto. En 2017, un nuevo equipo trasandino tomó la posta y se internó Turbio adentro para continuar la misma línea. Avanzaron dos largos más pero terminaron por llegar a una pared sellada y llena de vegetación, sin posibilidades de avanzar (ver documental “Turbio IV: El Valle Perdido”), lo que la mantenie aún inconclusa.

Las contadas visitas de estas expediciones han forjado el incipiente desarrollo de la escalada en este valle que, a pesar de su lejanía, cuenta con dos refugios equipados con comida, cocina a leña e incluso algo de equipo de escalada. Una vez instalados en el segundo refugio llamado “Don Chule”, que sería su campamento base durante el resto de la expedición, Andrea y Óscar fueron a buscar una nueva línea para abrir y seguir escribiendo la historia del valle del Turbio IV, siempre buscando “exploración, creatividad y diversión”.

La pared en cuestión tiene en el centro una seguidilla de fisuras que forman la silueta de una oreja y que le dieron su nombre. Ahí encontraron un bonito pie de vía que creyeron les permitía llegar por una línea aparentemente natural hacia un headwall que los invitaba a escalar. Cinco metros y pusieron el primer seguro. Se ve bien, pensaron. “Avanzamos 60 metros más y no había nada, nunca más hubo ningún seguro. Seguimos escalando en simultáneo hasta los 90-100 metros”. Avanzaron 270 metros en total, pero con la mente tostada de tanto no-proteger decidieron bajar. «No teníamos cómo equipar la ruta para que quedara segura para ser repetida«, dice la escaladora sobre este proyecto que quedó pendiente para una próxima visita.

Otro integrante de la expedición era José Luis Hartmann, conocido como Chiquinho. Un mítico escalador y aperturista brasileño que fue pionero en Cochamó, donde abrió rutas como Pegadito a la Pared y Mister M (1998). El 2008 visitó por primera vez el valle del Turbio IV (video de esta expedición disponible en Youtube), y junto a sus compañeros abrieron otra ruta de 12 largos en la pared de la Oreja que llamaron “El Palito”. Óscar y Andrea, ya sin material para equipar, pero con mucha motivación para conocer y explorar, se sumaron a la misión de Chiquinho: limpiar su vía y terminar el doceavo largo que estaba inconcluso.

Fue tremendo privilegio porque Chiquinho nos enseñó mucho, yo me sentía como que no sabía nada”, cuenta Andrea sobre lo que fue una clase intensiva de papeos de apertura, izado y artificial con este experimentado escalador de 58 años. Lo que más le importaba a Chiquinho era que Óscar y Andrea disfrutaran de su ruta ya pulida, y eso hicieron. “El Palito” quedó como un 6c+/11c y su largo cinco estrellas tiene un gran pilar (el famoso palito), que a su derecha forma una fisura en diedro continua por 60 metros. “Disfruta el largo de tus sueños”, le dijo Chiquinho a Óscar antes de escalar por sus perfectos empotres de palma.

Largo 12 «El Palito» | Foto por Andrea Cáceres.

El tiempo se volvió inestable los últimos días de la expedición, y no hubo mucha más escalada que ir a limpiar y probar algunos boulder aledaños. Entre lluvias y ventanas cortas, exploraron a pie el valle del Robot y los alrededores del valle del cerro Mariposa. Este último fue escalado por el fallecido alpinista Marc André Leclerc en 2014 junto a 2 escaladores más (ver video), en otra de las contadas visitas que ha recibido el Turbio IV.

Chiquinho, Andrea y Óscar ya están esperando el próximo verano para volver más preparados y terminar una ruta que quede segura para el disfrute de más escaladores y escaladoras. “Tenemos intenciones de volver a terminar las misiones, ir con más chapas, comida y terminar la ruta que empezamos. Ya conocemos la logística, los arrieros, los lancheros y cachamos todo el teje maneje«, dice Óscar sobre esta expedición que tuvo su mayor desafío en la vuelta. A bordo del Seahawk (un bote que compraron en un supermercado), bajaron el río Turbio y sus rápidos por 38 kilómetros, cargados con todo el equipo, hasta llegar a la desembocadura en el lago Puelo donde todo comenzó.

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