El camino hacia la cumbre, el camino hacia una misma

Categoría: Escalada

Las escaladoras Angelina Di Prinzio y Maida Loyola hicieron cumbre en la aguja Saint-Exupery por Chiaro de Luna, una ruta de 19 largos que fue abierta en 1987 por la montañista pionera Rossana Manfrini. En un relato que mezcla el camino de fisuras perfectas junto con reflexiones sobre la mujer y la montaña, Angelina Di Prinzio nos cuenta la historia de una cumbre cargada de energía femenina.

Por Angelina Di Prinzio

Desde siempre las mujeres hemos estado “dándolo todo” para conquistar nuestras propias cumbres. Basta con mirar por encima del hombro y ver a las miles de compañeras saliendo a la calle para luchar por sus derechos. Saliendo a la montaña contra vientos, lluvias y qué dirán, para pararse en los puntos más altos del planeta. “Luchamos en la montaña, como luchamos en la sociedad” dijo Wasfia Nazreen la primera mujer bangladesha en escalar las 7 cumbres más altas de cada continente.

A lo largo de la historia se ve un patrón común entre las distintas luchas de las mujeres, se podría decir que se funden y confluyen en un propósito común: la búsqueda de la libertad y el reencuentro con la esencia. Y no es un transitar solitario. Al contrario, la historia muestra que es desde lo colectivo dónde se gestan y cumplen los sueños más grandes, y son los momentos compartidos esos que perduran en el tiempo.

Así es que una vez más, la Patagonia nos llamaba a cumplir nuestros sueños. Ese lugar indómito del planeta donde el cielo y la tierra se juntan, y en el medio pasan vientos, lluvias, anhelos, y todo tipo de emociones. Más pronto que tarde por una alineación perfecta de astros, metas, motivación y todo lo demás, estábamos las dos caminando hacia Niponino.

Había una ventana de 5 días en el Chaltén y el monte estaba de fiesta. Pasaban cordada tras cordada, sonaban canturreos por las morrenas del glaciar, se veían carpitas de todos los colores entre medio de los bloques, y se respiraba una motivación y alegría contagiosa. El valle enigmático que se ubica entre medio del cordón del Fitz y del Torre nos abría la puerta a su grandeza, nos estaba dejando pasar a gozar por tan solo unos días.

Cosa hermosa habitar la montaña por un rato. Cargar en la mochila lo mínimo pero indispensable. Calcular la comida que es tu alimento y medicina, lo necesario para nutrir al cuerpo. Contar con tan solo una muda de ropa que cumple con cada condición a la que vas a estar expuesta. Lo demás está de más, y sobra. Lo más importante y lo que más vas a necesitar entonces es tu cuerpo, tu energía que corre por las venas, tu motivación acumulada entre experiencia y experiencia, la compañía incondicional de tu amiga que siente igual que vos.

La Aguja elegida era la Saint-Exupery, una mole de granito puro de 2558 metros. Habíamos escuchado hablar mucho de esta penca, de sus líneas, y sobre todo de las historias en esas paredes. Entre estos relatos nos sentimos inspiradas por la historia de la apertura de la ruta Chiaro de Luna (750m, 6b+). No solo fue repelada bajo los rayos de la luna, sino que además fue abierta por Rosanna Manfrini en 1987, que además fue la primera mujer en pararse y sonreír en la cumbre del Cerro Torre.

A partir de estos relatos decidimos escalarla por esta ruta. Una pista de baile de 19 largos de fisuras perfectas, de granito sólido, de diedros y placas, de espacio para bailar sin parar, empotre tras empotre hasta el cansancio y seguir.

El día anterior al pegue subimos a Bellacos, o lo que sería un vivac a los pies de la aguja. Sintiéndonos en el patio de casa y con la vista inagotable del cordón del Torre, nos sentamos a cantar con el charango y a tomar unos mates. Habitando ese patio de bloques, hielo, agua pura y sintiéndonos un elemento más del paisaje. Las dos solas, sin necesitar nada más que ese preciso instante.

Al otro día partimos con las mochilas llenas de fierros, una bolsa de dormir, un calentador, chocolates y ganas de darlo todo. Planeamos escalar la ruta en dos días porque nos habían comentado de un vivac en el medio de la pared que era la terraza de los sueños. Ninguna había vivaqueado en una pared antes y dado el buen clima, era hora de habitar más aun el sueño.

Arrancamos escalando con la primera luz, sin sentir los dedos, pero empotrando con el alma. Ya te sube la temperatura con el segundo largo de 6b+. Una fisura de dedos perfecta que dibuja una media luna. Se te acaban los fierritos, pero es tanto el disfrute y tan pedidora de danzar que la música interior no para y seguís firme hasta la siguiente reunión.

Un abrazo de agite, un pedazo de galleta y dale que va. Entre risa, alegría, gritos pelados, silencios de asombro llegamos a la repisa de los sueños. Era como estar en el suelo otra vez. Nos encontramos con una cordada de amigos. Hicimos unos mates, cantamos unos temas, contemplamos el incendio del cielo decorado por el Torre y sus nubes.

Esa noche nevó, y amaneció todo blanco, frío, congelado. Los primeros largos de la repisa estaban tapizados de una fina capa de hielo y no se podía proteger. Nos miramos con la Mai un segundo que duró una eternidad, había que salir para arriba, había que sacar los colmillos y darlo todo. Ninguna se iba a bajar, y ese miedo e incertidumbre fue el motor que nos sacó para arriba, que nos mantuvo alerta, que nos llevó a nuestro estado más puro y más conectado. El miedo cuando no es un ancla que te estanca se convierte en tu mejor amigo. Te agudiza los sentidos, te enfoca, te trae al presente, y te abre la puerta al puro disfrute mientras estas empujando tu techo.

Últimos cuatro largos. Los 5+ que son infinitos, que te piden que lo sigas dando y entiendas que lo importante es el camino sin importar cuando cerca o lejos estas de la meta. No había lugar a pensar en lo que fue ni en lo que se venía. Cada paso, cada rincón de esa pared era alucinante. Se venían millones de poesías, de palabras, de sentimientos que ni nombre o rotulación les podíamos poner.

Cumbre. Llego a la cumbre y la veo a la pequeña titana ahí. Se me explota el corazón, da un giro y vuelve a latir. No lo podía creer, habíamos subido hasta ahí. La abrazo, nos fundimos en el todo. Siento una energía inagotable, una fuente de renacimiento. Podía llorar, podía gritar, podía cantar, éramos nosotras, estábamos solo siendo. Así, en nuestro estado más sincero y autentico.

Siguen decantando reflexiones con el correr de los días. Pero encuentro en este tipo de vivencia un abrazo fraterno y un sentido de pertenencia que me conecta directamente con todas las mujeres. Sobretodo esas mujeres pioneras del montañismo, que no sólo se enfrentaban a climas hostiles, a dolor de dedos y pies, a hambre y sed, a miedo paralizador, sino además a cánones, a parámetros, a estigmas de la sociedad.  Y sospecho entonces que uno de esos motores que nos mueve a todas a seguir escalando, habitando la montaña, es la necesidad de reconectar con la esencia, con la pureza femenina que la misma naturaleza saca a relucir.

Es reencontrarse con la libertad de elegir qué y quienes queremos ser. Sin caretas, sin disfraces, sacando afuera todo lo que somos, pensamos y sentimos sin filtros, y dejando entrar todo lo que la naturaleza tiene para enseñar.

Publicaciones Recomendadas

Publicaciones Recomendadas

Comentarios

comentarios

Publicaciones Populares

0

Buscar..